jueves, 21 de junio de 2012

Nos podemos sentir felices al hablar y escuchar siempre que nos sentimos escuchados. Con importancia. Siempre que no se sienta ese ardor en el estómago de solo un dar por recibir. De un esfuerzo sin sentido, de que no sea un esfuerzo. Parar el castigo de nuestra cabeza, toda la mierda que nos meten a diario, diferenciar las manos abiertas de las que se extienden para sólo recibir... darse la vuelta al despedirse sin pretender que tu mirada se roce con la mia..., sólo porque quiero verte ir y retenerte en mi retina...., para que tu camino de vuelta a mi se encuentre con esa mirada, y quiera volver aún con más ansias... El viento sopla cambios, y yo deseo ser más pura que él, dejar de intoxicarme, dejar de malpensar, dejar de sufrir innecesariamente... evitar bloqueamientos y anécdotas revoltosas, no hundirme en la miseria del pensamiento..., no quiero ser práctica, ni vender mis sueños para quien los quiera comprar, no deseo que nadie se enorgullezca de mí, pero si me levanto pensando en que la soledad en compañia es la peor soledad del mundo. Y por eso sonrío. Porque esta extraña lejania de lo impuro me hace volcarme en mi propia "palabra" y hacer fuerte la palabra que no existe, esa que no se inventó, esa que habla de la existencia real y firme de lo puro. Nace dolor, nace impotencia. Porque en esta vida lo puro sigue recibiendo nombre de utopia. Y de ahi parten todas las injustias. pero esta vez, a mi eso tampoco me justifica nada. Yo creo en mi palabra. Y en la tuya. En nuestra palabra que marca la diferencia que necesitamos.